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Enrique Mochales




 ENRIQUE MOCHALES MIJAN, Bilbao 1964.
"Autorretrato"




“¿Cómo te llamas?”. Un golpe cayó sobre su cara con la contundencia de un martillo. Otro golpe le hizo saltar tres dientes. “¿No lo sabes? ¿No recuerdas cómo te llamas?”. Hizo girar la silla del hombre que, amarrado a ella, vio la habitación en seis dimensiones. r última vez, ¿cómo te llamas?” El batacazo de la silla sobre el suelo fue formidable. El detenido se dejó caer, recogió el golpe como quien se desploma en una piscina sanguinolenta. “¡Elevemos sueños!, decíais”, exclamó el torturador. “Bueno, pues yo voy a convertir los tuyos en pesadillas”, añadió, con una sonrisa de diente de oro. “¿Cómo te llamas?”. “Me llamo Ignacio”. Una bota le pisó la cabeza contra el suelo. “Pues me llamo Alberto”. Otro pisotón le hundió contra el cemento. “Te lo he preguntado ya cien mil veces. Tienes cien mil golpes, cuatro huesos rotos, te falta cabello que jamás te volverá a crecer. ¿Insistes en no decirme cómo te llamas? Pues yo me llamo Eugenio Tronco, ¡Eugenio Tronco!, no te olvidarás jamás de éste maldito nombre mío. Ahora dime, ¿cuál es el tuyo?”. La silla fue arrastrada hasta el otro extremo de la checa inclinada, y se deslizó de nuevo hasta el fondo, estampándose en la pared. 










Es duro tener que decir esto. Pero mi madre también necesitaría un psicólogo, lo mismo que me han obligado a necesitarlo a mí durante todos estos años. Y es que no solamente hay hijos enfermos, sino familias enteras a las que no les vendría nada mal pasar una temporada en un hospital psiquiátrico. En algunas de estas familias enfermas, el neurótico obsesivo dominante de grandes facultades intelectuales suele ser el rey de la casa, independiente y perfeccionista. La reina, muy preparada profesionalmente, compite con el rey, por el trabajo e incluso por los hijos. Suele producirse una infidelidad. Normalmente, acaban divorciándose y el resultado es una familia desestructurada. Padre, madre, hijos e hijas -al corro de las patatas- configuran una estructura especial, de carácter íntimo: el manicomio. No, yo nunca vi besarse a mi padre y a mi madre. Y había palabras en la mesa que eran sustituidas por apabullantes silencios. Y había tortugas, ratas blancas, hamsters, pájaros, perros y gatos. Eran los primeros a los que saludábamos al entrar en casa. Y habían dulces tardes de juventud, en verano, durante los cuales disfrutábamos de la libertad de tener a nuestros progenitores más o menos lejos, mientras nosotros cuidábamos de nosotros mismos. Algo que hubieran tenido a bien enseñarnos mejor, si hubieran hablando como adultos con nosotros, si nos hubieran revelado la palabra secreta que nunca se decía a la hora de comer, si se hubieran vuelto transparentes como el agua durante la crisis final, en lugar de adquirir la consistencia de un muro inexpugnable de silencio y buenas formas. No, yo nunca vi besarse a mi padre y a mi madre.









A mi madre le despierta el silencio

¿Qué angustia tiene mi madre?

A mi madre le despierta la oscuridad
¿Qué miedo tiene mi madre?
A mi madre le despierta la noche
A mi madre le despierta el alba
La música, el camión,
Los pasos por el pasillo,
El catre y el condón.
¿Por qué es así mi madre?
¿Ha envejecido, no tiene padre?
¿Ni un maldito perro que le ladre?










No hay arte que no haya nacido en los yacimientos arqueológicos del hombre que se dedicó a expresarse en abstracto o figurativo. Aun así, la pintura sigue siendo un misterio. Entra por la vista, y no es posible permanecer indiferente ante ella. Para pintar sólo hace falta, a) perder el miedo al lienzo en blanco, b) perder el miedo al qué dirán y c) sobre todo, perderse el miedo que le da a uno ver su propia imagen en el espejo. Algo que no ocurre todos los días. Yo me miro el espejo y a veces no recuerdo quién soy. Otras veces ni lo miro, y me recuerdo mejor. Esto sucede a menudo con la pintura o la fotografía o el cine, entras en el túnel del tiempo y recuerdas exactamente dónde, cómo y cuándo plasmaste tu lienzo de tela de algodón o te liaste con fotogramas. Es parecido a una huella dactilar en la materia gris.









El pasillo de mi casa es oscuro y tenebroso. Ella puede esconderse en cualquier jirón de sombra, como ya lo ha hecho muchas veces. Confieso que me da canguelo levantarme y atravesarlo para servirme un vaso de agua en la cocina. Sus ojos pueden estar ahora escudriñándome, iluminados como un par de brasas encendidas, sin que yo pueda verlos. Ella es así, misteriosa, oculta, incomprensible. A veces creo que está a mis espaldas, vigilándome, pero cuando me armo de valor y vuelvo la cabeza, no encuentro nada. No obstante, sospecho que mientras escribo estas líneas ella sabe perfectamente que la pienso. Precisamente en estos momentos noto que algo se enrosca a mi pierna. Supongo que disfruta impidiéndome trabajar, o acaso se considera una musa con perfecto derecho a acariciar mi pierna. Yo soy consciente de lo que se me exige. Tomo un lápiz del cubilete, y comienzo a dibujar círculos en su pelo. Se arremolina en espiral, formando diseños extraterrestres. Para ella, señales del cielo. El motor que lleva su corazón se pone en marcha, emitiendo un sonido parecido al del rotor estropeado de una avioneta, hasta que por fin vuela, gruñendo suavemente en la atmósfera de la habitación. Una vuelta y después otra, y otra más, el lápiz va dejando surcos, como el misterioso dedo de un dios desconocido en un campo de amapolas salvajes. Si me levantase ahora a por el vaso de agua, tropezaría con ella. Después de todo, me reconvengo a mí mismo por tener miedo de estar a su merced. Ahora que se va por el pasillo, satisfecha, después de haber recaudado su impuesto de caricias, aprovecho para escribir estas últimas líneas. Se marcha, o finge que se marcha para poder emboscarse al otro lado, junto a la puerta de la cocina, y ahí sí, sí, atrapará mi cuerpo, como si yo fuera una desprevenida alimaña a la que hay que despedazar. Tendré que defenderme y correré tras ella: una enloquecida carrera en la cual nadie está seguro de ser perseguidor o perseguido, cazador o presa. (El Cazador de Caricias por Enrique Mochales). 










Según cuentan las increíbles crónicas de mi abuelo, el conde de Windows conoció a la modista bilbaína Coco Chachel durante un concurso de papiroflexia en un crucero por el mar de Mármara, famoso por ser el mar más redundante del mundo. La especialidad del conde de Windows, magnate de las ventanas prefabricadas de PVC, eran las figuras de papel de camaleones, dromedarios, koalas, calamares y cebús, aunque las primeras figuritas con que obsequió a la bella Cocó eran una familia de hipopótamos –padre, madre e hijos- elaborados en papel charol. Durante el crucero, conde y modista se convirtieron en amantes y vivieron un intenso romance que desembocó en el Delta del río Nilo. Cada mañana, el conde elaboraba una figurita de papel que colocaba en la bandeja del desayuno de la Cocó Chachel. A los animales reales les siguieron los mitológicos: unicornios, quimeras, grifos y grandes dragones alados que aparecían, tal que frágiles y diminutas bestias subidas a una peña, encima del cruasán que la señorita Cocó tomaba invariablemente para desayunar. Las figuritas de papel resultaban cada vez más sorprendentes, llegando a formar auténticos conjuntos ornamentales, islas enteras con sus cacatúas, sus monos y sus colibríes, hasta el punto de que a veces había que servir el desayuno a la modista en otra bandeja suplementaria. Días antes de que el crucero tocara a su fin, en una longitud y latitud no determinada por las crónicas rosas de su tiempo, el conde de Windows reveló a su amante que viajaba por el mundo en persecución del verano, ya que las otras estaciones le sumían en un agujero negro de tristeza y desesperación a causa de una enfermedad del ánimo. Coincidiendo con la aparición de unos delfines negros en el horizonte, el conde le suplicó que lo abandonase todo y le siguiese en aquel viaje. Cocó no supo qué responder. Ella era una mujer moderna, de Portugalete, con un próspero negocio de moda que daba trabajo a un buen número de modistillas, quería seguir soltera y no estaba dispuesta a dejarlo todo, aunque la fortuna del conde de Windows era más que suficiente para vivir desahogadamente dando cuantas vueltas quisieran alrededor del mundo. Cuando se despidieron bajo el confeti, tocados con unos ridículos gorros de cartón que pretendían ser festivos, la Nel aseguró al conde que le escribiría. “Yo estaré siempre en el verano”, replicó éste, “aunque no te puedo asegurar que responda a tus cartas”. Nunca fue tan cierta la advertencia del conde, que, por despecho, descubrió una nueva modalidad de papiroflexia, la “papiroflexia abstracta”, para cuya práctica había sustituido el papel clásico por las cartas de la Chachel, con las cuales fabricaba pelotillas que encestaba en la papelera. Habrían de pasar treinta años hasta que el conde volviera a la figuración, y Cocó recibiera en su casa, por correo urgente, un precioso lirio de papel confeccionado con una carta oficial que le informaba de su defunción. (Papiroflexia Abstracta o La Persecución del Verano por Enrique Mochales).










Maestra docente de inyecciones en plena sabiduría concebida, sin pecado amamantada por la fuente de la uva. Supuse, más allá del tiempo y el espacio que sería necesario luchar contra los elementos que poblaban como venas palpitantes mis ojos indecisos y a programar mi caja de razón aprendí para ser un robot inquieto. Me levanté de mis cuatro patas y comencé a adquirir movimiento, en equilibrio con el horizonte que durante tanto tiempo me había sido negado. Fui máquina, animal y después hombre. Fui naturaleza, piedra y tierra. Fui piedra, selva y jaguar y bosque verde. Fui fuego, amor y lágrima de ámbar, en su interior escondido mi pasado. En tu pecho atrapado mi deseo. (Lágrimas de ámbar por Enrique Mochales).











Conocí una edad de oro en que los hombres vivían junto a los animales en paz. Conocí una edad dorada en la que las bestias marinas pululaban por las olas sin devorarse. Conocí una época en la que mis amigos me ayudaban, y eran gaviotas. Conocí a seres de oro venidos de otros mundos. Conocí aborígenes, que colonizaban continentes, islas, selvas, bosques y playas. ¿Qué provocó el milagro? Tal vez un rayo en el culo de un chimpancé. Tal vez una bestia que decidió salir del mar a caminar. Tal vez un mamífero oculto en un agujerito minúsculo. Yo qué sé. La grandeza de la vida me hace sospechar que quizás Dios no exista, pero Dios es. Más allá de cientos de millones de Universos. Quizás seamos minúsculas bacterias en el cuerpo de un gigante astral. Un gigantesco ente que damos por llamar “Dios”. Las estrellas tienden a dispersarse, y su existencia asociada se limita a unos miles de millones de años. Galileo dio la patada en el suelo. Y la tierra tembló de emoción. Por fin, el cielo ocupó su lugar. Me refiero al cielo infinito y eterno donde puede haber una inmensidad de formas de vida. Las estrellas muertas siguen brillando. Lo mismo pasa con los hombres. Comprendiendo todo esto, la muerte es una tontería. (Elegía por Enrique Mochales).



































Enrique Mochales es columnista de opinión, escritor y pintor. Trabajó durante ocho años en el diario El País, y ahora colabora en www.hechosdehoy.com, con sus articuentos llenos de astucia llevando a sus lectores a desafíos personales marcados por la sorpresa (ver Cómo sujetar un cocodrilo en Hechos de Hoy.



 
Enrique Mochales ("Motz") / Retrato por Alex Etxebarria





Mochales también colabora con el periódico municipal Bilbao, entre otras muy diversas publicaciones y antologías de nuevos poetas. Tiene siete libros publicados y realiza exposiciones de pintura, colectivas e individuales cuando se lo pide el cuerpo. Del 16 de octubre al 16 de noviembre se podrán admirar, y adquirir, sus obras en Bilbao, en la exposición en el Bar Restaurante Sarean, Plaza Corazón de María 4, Barrio de San Francisco.









Mochales ha sido galardonado con varios premios literarios, algo que aún no ha intentado en el terreno de la pintura, quizás porque quiere separar ambas disciplinas artísticas. Estudió BBAA en la UPV/EHU, y cree que hasta un pastelero puede hacer obras de arte aunque no sean huevos de Fabergé.
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Homenaje a Keith Haring.





Según sus propias palabras: “Para escribir o pintar son inevitables tres circunstancias: A) Perder el miedo el folio o al lienzo en blanco, B) Perder el miedo a estar haciéndolo mal, y C) Perder el medio al qué dirán, y -lo más importante- perder el miedo a lo que pueda surgir de uno mismo a la hora de expresarse”.











Mi sistema -o antisistema- plástico consiste en una mezcolanza de influencias que hace pensar en el expresionismo transvanguardista, algo reiterativo considerando que la Transvanguardia es expresionista por definición.










No tengo un estilo concreto, participio de varios, pero siempre con ciertas características comunes que, espero, hagan de mi obra algo muy personal. Utilizo toda clase de materiales y pintura, desde el acrílico hasta el óleo, pasando por el carboncillo, el spray y el Tippex.









Cuando un cuadro está terminado, considero que es el momento de destrozarlo y volver sobre él, hasta que el cuadro, como bien decía Barceló, sea más inteligente que tú", es su filosofía personal como pintor.









BIBLIOGRAFÍA:

Libros publicados: “Mermelada amarga” (Ed, Margen cultural, 1993), “Me das miedo cuando bailas” (Ed. Huerga y Fierro, 2000), “Azufre” (Ed. Laia, colección Esencias, 2001), “La improbable vida de Bernard Lafourcade, textos de Enrique Mochales para ilustraciones de Oriol Malet (2008). “La fragilidad de la porcelana” (Ed. Alberdania, 2010). “Esclavo de la luz” (Ed. Punto Rojo 2013).

PREMIOS/CONCURSOS/ACTIVIDADES:
·         Premio "Ciudad de Tudela", Premio "Ayuntamiento de Muskiz" (Juan Manuel de Prada quedó segundo) Premio "Gabriel Aresti" 1993.
·         Ha instalado varias exposiciones de pintura, la última en SAREAN (Pza. corazón de María, 4. Barrio de San Francisco).
·         Colaboró ocho años en "El País" (País Vasco) en la tribuna de los jueves. Ahora colabora en el periódico digital "Hechos de hoy".
·         Es autor del blog "Cómo sujetar un cocodrilo".
·         Colabora en el PERIÓDICO MUNICIPAL BILBAO.
·         Se dedica a la pintura, fotografía, poesía visual, poemas, arti-cuentos, artimañas, y etces creacionistas.

OTRAS CURIOSIDADES:
Doctor en ganchillo por la universidad de Cangas de Onís, experto en globoflexología y puzzlólogo, medalla olímpica de comba, curso CEAC de neurocirugía, primer premio de recortables “Respenda de la Peña”, cocinero constructivista, atracador y granjero sin olvidar mi experiencia como sexador de pollos, traductor de lituano comercial, psicoanalista de plantas de huerta, cronista de espectáculos de mimo, récord mundial de juego de rana, bailarín de claqué y entrenador de caracoles.

ENLACES:
Artículos publicados en El País http://elpais.com/autor/enrique_mochales/a/
 


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Espacio de publicación independiente en torno a entrevistas por Rosa Matilde Jiménez Cortés. EntreVistArtista (EVA) D. R. © 2009 – 2018